CIUDADANÍA

La idea de ciudadanía se ha convertido en una de las cuestiones más relevantes de la ciencia política de los últimos años, ya que a través de ella se plantea un conjunto de problemas que afectan a la organización y regulación de la convivencia, tales como la globalización, las migraciones, los derechos humanos, el respeto a identidades minoritarias (plurinacionalismo, multiculturalismo) y la construcción de un espacio político supranacional -la Unión Europea-, al mismo tiempo que en países como España subsisten fuertes tendencias particularistas que inciden notablemente en la organización del Estado.    

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CULTURA POLÍTICA

La ciudadanía, entendida como categoría actual, tiene, como ya se ha indicado, una triple acepción: implica un sentimiento de pertenencia a una comunidad, lo que liga el término con las políticas de identidad; supone un estatus que permite el ejercicio de los derechos o, como se ha dicho, la adquisición del “derecho a tener derechos” (también obligaciones); finalmente, impulsa una actitud de participación activa en la vida común. Todos estos contenidos confluyen en la educación para la ciudadanía y conectan con lo que los politólogos llaman cultura política, es decir, con el conjunto de valores, creencias, ideas, sentimientos y conocimientos referidos a la vida política (Almond y Verba, 1963). 

La cultura política alude, pues, a orientaciones recibidas fundamentalmente en la familia y en la escuela, que los autores citados, siguiendo las indicaciones de Parsons, clasifican en tres tipos distintos: orientaciones cognitivas, enderezadas a la transmisión de conocimientos acerca de la vida política –instituciones, normas de funcionamiento, roles, etc.–; orientaciones afectivas, dirigidas a la formación de sentimientos hacia la comunidad y el sistema político; orientaciones evaluativas, encaminadas hacia la formación de juicios sobre los diferentes sujetos y objetos políticos. Desde la perspectiva de la educación, la cultura política se revela como un concepto importante que pone en relación la micropolítica de la escuela con la macropolítica de los sistemas educativos.

Obviamente no es un concepto tan sencillo como parece a primera vista. Así, desde los trabajos de Almond y Verba, se suelen distinguir tres tipos distintos de cultura política, aplicando a estos efectos los tipos ideales weberianos: cultura política parroquial o localista, en la que los sujetos apenas reconocen la existencia de una autoridad nacional, adoptando una posición pasiva al respecto, sólo atenuada por un sentimiento de afección hacia su contorno local más próximo –tribu, etnia, región, etc.–; cultura del súbdito, en la que los individuos son conscientes de la existencia de una autoridad política superior de la que sólo esperan resultados políticos, desentendiéndose de los procesos de decisión política; finalmente, cultura de participación, en la que las personas adoptan un papel activo hacia el sistema político, tanto desde el punto de vista del conocimiento, como de la afección y la evaluación.

Estos tipos ideales se han visto expuestos a numerosas puntualizaciones y matizaciones, pero, pese a las críticas mencionadas, han impulsado el estudio de la cultura política (Torcal, 2000), planteando con ello un nuevo paradigma que representa un paso importante para explicar las relaciones entre la macropolítica y la micropolítica de la educación. Es un concepto relevante que habrá que tener muy en cuenta en esta investigación sobre la educación para la ciudadanía.

              

IDENTIDADES COMPLEJAS

El concepto de ciudadanía nace con la Revolución francesa, con la particularidad de que subsume todas las identidades posibles, hasta el punto de que cuando en el siglo XIX y buena parte del XX se hable de identidad se entiende por ella, a priori, la identidad nacional. Por ello, resulta imposible no aludir en el proyecto a la cuestión del nacionalismo, posiblemente el tema más tratado por las ciencias sociales. Según E. Gellner (1988), la necesidad de una homogeneización cultural y de un complejo código estándar de comunicación en las sociedades modernas, que implica, a su vez, la existencia de un sistema general de educación, fueron condiciones necesarias para el surgimiento del nacionalismo, pero en la teoría política actual la nación no es una entidad natural o previa sino un constructo político: el nacionalismo engendra la nación sobre la base de distinciones etno-culturales más o menos contingentes, reconsiderando, por tanto, la concepción clásica entre nación y nacionalismo e invirtiendo la relación de causalidad entre ambos (Máiz, 2006). Lo que inevitablemente conduce el problema de las identidades múltiples o complejas en el marco de un Estado-nación como el actual, muy debilitado.         

 

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  MANUALES ESCOLARES

Los manuales escolares son, a la vez, un instrumento de transmisión del saber y un instrumento del poder (Choppin, 1980); en el primer caso, el libro de texto impone una distribución y una jerarquía de los conocimientos, contribuyendo a formar la armadura intelectual de los alumnos; en el segundo, el libro contribuye a la uniformidad lingüística, a la nivelación cultural y a la propagación de las ideas establecidas. Los manuales escolares son, pues, objetos complejos que guardan relaciones muy diversas con el sistema educativo y con la sociedad que los produce. La selección de contenidos que se opera en ellos supone unos determinados criterios o puntos de vista acerca del universo social y acerca de lo que se considera como “saberes legítimos”. 

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